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 Memorias de las primeras escaladas de roca en Colombia

Escalada de la pared norte del Ritacuba Negro antes de llegar a la cumbre. Antoine Fabre, 30 de diciembre de 1980.

​​​​​​​Escalada de la pared norte del Ritacuba Negro antes de llegar a la cumbre. Antoine Fabre, 30 de diciembre de 1980. 

Memorias de las primeras escaladas de roca en Colombia

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Desde el SGC, les compartimos este relato del geoquímico Sergio Gaviria* sobre las primeras escaladas por las paredes orientales de los Ritacuba Sierra Nevada del Cocuy, Güicán o Chita,como un homenaje a Juan Pablo Ruiz, uno de los ambientalistas y escaladores más destacados del país. 


La escalada en roca inició en Colombia a mediados de los años 70 del siglo pasado, por la iniciativa de algunos jóvenes que comenzaron a interesarse por este deporte de naturaleza. A 60 km al norte de Bogotá, las Rocas de Suesca se estaban convirtiendo en la primera escuela, con la presencia del grupo CAEC compuesto por estudiantes de la Universidad Nacional y de los primos Alberto Castro y Gonzalo Ospina, jóvenes pioneros de esta actividad en el país. En esa época, por curiosidad y en búsqueda de sensaciones fuertes a los 18 años, con la seguridad que da el desconocimiento de los riesgos que eso implicaba, caminábamos con varios amigos en la roca subiendo por la Virgen, buscando el ascenso libre en la placa de CAEC hasta arriba de las rocas y explorando caminos entre los arbustos y quiches que crecían en plena pared.


En los inicios, tuve con Alberto una experiencia en 1974 que casi resulta fatal. Subiendo una ruta a la izquierda de La Virgen que hoy se conoce como Clavícula, Alberto guiaba y yo iba recogiendo los clavos y los seguros. Faltando unos diez metros para coronar, un par de mosquetones que quedaron mal asegurados al arnés, se soltaron y cayeron a una pequeña repisa unos metros más abajo. Para recuperar el escaso material con que disponíamos, Alberto decidió bajar en rappel mientras yo terminaría en escalada libre los últimos metros que supuestamente eran fáciles. Así lo hicimos, continué subiendo por un diedro que resultó muy peligroso, pues cuando me apoyé para sobrepasarlo se alcanzó a mover. Para evitar ese trecho, me dirigí a la izquierda sobre un escalón con tierra que sorpresivamente cedió a mi peso. Caí unos 5 metros en un pequeño balcón que me retuvo por fortuna, la pared caía en extraplomo unos 50 metros hasta el piso. Mi hombro izquierdo se luxó y ya no pude seguir subiendo. Alberto me buscó dando la vuelta por encima de la pared, me ayudó a salir y me dejó en el hospital de Sesquilé donde me hicieron la reducción correspondiente con anestesia general, después de unas horas de dolorosa espera.


Rutas de escalada en la pared oriental del Ritacuba Blanco 

Rutas de escalada en la pared oriental del Ritacuba Blanco.



La expedición polaca Andes 75, compuesta por espeleólogos y montañistas reconocidos, se alojó en la casa de Jorge Monsalve, el director del Club de Naturalistas y Exploradores “Campo Abierto". Varios profesores y estudiantes de la Universidad Nacional, biólogos, químicos y arquitectos, comenzamos a frecuentar la casa que era vecina al campus y establecimos relación con los polacos. Con Ryszard Kowalewski, uno de los miembros del equipo, fui a Suesca y subimos una linda ruta a la derecha de CAEC, mi primera escalada técnica en roca. Al regresar a su país, los polacos nos dejaron morrales, cuerdas, botas de montaña y material de escalada que no se conseguía en Colombia, lo que ayudó a impulsar los viajes cada vez más frecuentes a las montañas nevadas del país: Sierra Nevada del Cocuy y de Santa Marta, Parque de los Nevados, Nevado del Huila que hice en compañía de varios amigos y en especial con Hubert Frank, alemán radicado en Colombia. Su Librería El Cóndor frente a la Universidad Javeriana, se convirtió en la sede natural de la División de Montañismo de Campo Abierto.


Marcelo Arbeláez y Juan Pablo Ruiz fueron los primeros alumnos del curso de escalada en roca que organizó Cristobal Zsafranzki, otro miembro de la expedición polaca que se quedó en Colombia y que nos acompañó el resto de su vida en el país. Los dos amigos siguieron escalando y crearon la Escuela El Escalador, más adelante coincidimos todos en las paredes orientales de la Sierra Nevada del Cocuy.


En 1977, timbró a la puerta de mi casa un suizo de 25 años que traía terciada una guitarra en la espalda. Era Antoine Fabre, geólogo que llegó a Colombia para trabajar con Ingeominas, el actual Servicio Geológico Colombiano, por recomendación de un amigo colombiano con quien estudió en la Universidad de Ginebra. Antoine buscaba un compañero para escalar en roca y a partir de ese momento comenzamos a visitar asiduamente las rocas de Suesca, donde abrió, en mi compañía, numerosas rutas en toda la pared: La Cédula, La Diagonal, Tirando a La Izquierda, El Huevo, LP, fueron algunas de ellas, si mi memoria no me falla.


En 1979 terminé mi carrera y entré a trabajar en el Laboratorio Químico de Ingeominas. En esa época, Antoine estaba levantando en el Instituto la cartografía geológica de las planchas 1:100.000 donde está localizada la Sierra Nevada del Cocuy, tema fascinante para un geólogo montañista explorando un lugar donde la roca está expuesta como un libro abierto, mostrando las diferentes unidades geológicas. Las paredes orientales de arenisca que alcanzan 800 metros en el Ritacuba Blanco (5400 m) y los picos de la cadena oriental que se levantan sobre rocas lodosas por encima de los 5000 metros, eran escenarios académicos y deportivos increíbles, visitados en ese entonces por escasos montañistas nacionales, después de las expediciones personales que hacía Erwin Kraus en los años 40 y 50 con algunos montañistas europeos.


Las comisiones de trabajo en el Cocuy eran combinadas por Antoine con excursiones para escalar y fue así como inauguramos las primeras rutas en las paredes orientales de la Sierra. Primero fue la pared oriental del Ritacuba Norte (5200 m) que subimos cerca al Boquerón de la Sierra, superando los tres escalones de roca hasta el filo, con una noche de vivac en el segundo escalón. La ruta terminó con la hermosa travesía del filo expuesto sobre las paredes que comunica con el Ritacuba Negro, bajando en rappel al campamento de la Laguna del Avellanal en el valle intermedio de la Sierra. 



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Paisaje visitado por los escaladores en sus expediciones. En estas pudieron apreciar con todo detalle las cadenas montañosas.


En diciembre de 1980 teníamos claro que la siguiente ruta sería abierta en las paredes orientales del Ritacuba Blanco de 800 metros de altura. Para ello preparamos el equipo de escalada en hielo y roca, pues tenía tramos combinados que requerían material mixto. Aunque el itinerario exacto no estaba claro, sabíamos que nuestra escalada iba a pasar por un tramo de la pared norte de hielo. Localizadas a 6o de latitud, las paredes norte de los Ritacuba se encuentran a la sombra durante el invierno del hemisferio Norte que es paradójicamente la época seca y soleada en el Cocuy. La segunda mitad de año, durante el verano del hemisferio Norte, cuando el sol ilumina esas paredes, el tiempo es más nublado y caen nevadas por el paso de la zona de convergencia intertropical que trae vientos húmedos del oriente. Por estas dos razones estas paredes han conservado más el hielo que las que miran directamente al oriente.


Antoine había importado de Suiza unas raciones de comida deshidratada para completar el menú, las bebidas se prepararían en una estufa de gas utilizando la nieve que pudiéramos derretir. El peso del equipo de escalada, la comida para tres días que podría durar el ascenso, el material de vivac y la ropa de altura, significaban subir con bastante peso por una ruta nueva de la que solo teníamos la vista desde el valle inferior. Realmente no sabíamos a ciencia cierta cual sería la dificultad y los peligros que acechaban cuando estuviéramos metidos en ese escarpe todavía virgen. Lo que teníamos claro era que el regreso debería hacerse por arriba, superando la pared. Devolverse por el abismo no era una opción que deberíamos considerar.


Con el equipo completo amarrado a las tulas de expedición en la parte de atrás de nuestras motos, la Honda 250 roja de Antoine comprada a Juan Pablo, y mi Honda azul 185, emprendimos el viaje a Güicán, Boyacá. Previa a la cita en las paredes orientales con Marcelo y Juan Pablo, hicimos un recorrido al norte de la Sierra para llegar a Nievecitas donde Antoine esperaba reconocer la base del Cretáceo para su trabajo de geología. Ese viaje nos llevó por parajes poco visitados pasando por la Laguna Grande de los Verdes en dirección al territorio de los Tunebos, pero en donde solo vivían unos pocos campesinos que cuidaban algunas vacas en esos paisajes desolados.


Cumplida esta misión, volvimos a Güicán para reunirnos con mi hermana Patricia y Clemencia Vernaza que viajaban en flota, y con un par de montañistas ecuatorianos que había conocido en un reciente viaje en moto que hicimos con Juan Pablo y otros amigos al país vecino para escalar volcanes. Juan Pablo, Marcelo y el polaco Cristobal Szafranski irían por su lado en carro, la intención era encontrarnos para hacer campamento común en la laguna del Avellanal (4400 m) al pie de las paredes, a dos días de marcha y llevando el material en mula. Ellos tenían planeado intentar la escalada del filar oriental del Ritacuba Negro (5300 m), otra pared virgen vecina a la nuestra. Para la ocasión, consideramos que era prudente estar juntos por si era necesario algún apoyo logístico o para atender una eventual emergencia. Cualquier imprevisto debería ser resuelto autónomamente por nosotros mismos en ese lugar. En las montañas de Colombia no existía para esa época ningún tipo de apoyo en caso de accidentes.


Los ecuatorianos llegaron a Güicán sin contratiempo; rápidamente convinimos que aprovecharíamos la marcha de acercamiento para escalar la pared noroccidental de hielo del Ritacuba Negro. Las chicas se harían cargo de las mulas y de instalar el campamento base en la Laguna del Avellanal. Dicho y hecho, desde la finca Los Pinos nos dirigimos al oriente hacia el paso de Cardenillo, a la derecha teníamos los Ritacuba Norte y Negro con sus vistosas paredes de hielo. A sus pies se extendían las lenguas de los glaciares actuales que ya en esa época se encontraban muy retraídos. Por los estudios de Van der Hammen y la visita que hizo Manuel Ancízar como miembro de la Comisión Corográfica de Agustín Codazzi en 1850, sabíamos que las enormes morrenas que descendían hasta 4150 metros de altura en ese sector, eran los testigos de la máxima extensión glacial durante la Pequeña Edad de Hielo, período comprendido entre la Edad Media y mediados del siglo XIX. En los años 70, el frente glaciar se encontraba ya por encima de los 4500 metros.


La escalada en roca inició en Colombia a mediados de los años 70 del siglo pasado 

La escalada en roca inició en Colombia a mediados de los años 70 del siglo pasado, por la iniciativa de algunos jóvenes que comenzaron a interesarse por este deporte de naturaleza.



El grupo de cuatro escaladores subió hasta las lagunas de deshielo en dirección a la pared, donde hicimos vivac aprovechando las excelentes condiciones climáticas de final del año. Pasamos una noche tranquila y descansada con el cielo totalmente despejado. Al día siguiente subimos la pared norte del Ritacuba Negro que tiene unos 300 metros de altura. Cerca a la cornisa superior, el hielo colgaba en el vacío dando una sensación de poca seguridad en caso de romperse. En ese lugar las estalactitas alcanzan varios metros de altura, trepar a la arista final superando esos obstáculos congelados requirió algo de esfuerzo. Llegados al pico, el paisaje se abrió, tuvimos una impresionante vista de la parte superior de la pared norte del Ritacuba Blanco que nos dejó sin palabras. Una vertiginosa pendiente de hielo de 500 metros de altura, cortaba frente a nosotros el paisaje en la dirección sur. Hacia el oriente se veía, centenares de metros más abajo, el valle intermedio con la laguna del Avellanal y al frente los Picos Sin Nombre, con los glaciares en retiro que dejaban grandes superficies de roca pulida. Nuestro colega ecuatoriano, impresionado por la alta exposición de la pared, declaró que por allí él no subiría.


Recordé en ese momento los inicios de nuestra actividad en montaña cuando subimos con Pepe Luis Moreno en 1975, a los 19 años de edad, ese mismo pico por la bella vertiente sur, provistos de un equipo más que precario. El ascenso en esa ocasión lo hicimos por la rampa de hielo que sube 200 metros hasta la pequeña cumbre que sobresale en extra-plomo sobre el filar oriental y sobre la pared que acabábamos de escalar. El Ritacuba Negro con su fotogénica cumbre expuesta, es una montaña hermosa desde todas sus aristas.


Descendimos en rappel hacia el campamento por el collado que comunica con el Ritacuba Norte, ruta que ya conocíamos del año anterior. En el campamento nos reunimos con los amigos y preparamos el equipo para emprender la escalada el día siguiente y pasar el 31 de diciembre colgados en la pared.


Al final de la tarde, un gran alud de hielo y piedras barrió durante varios minutos toda la pared norte hasta el embudo basal, lugar que recoge todo el material de caída, formando un cono invertido de unos 100 metros de altura. Este fenómeno inicia con el desprendimiento de grandes bloques de hielo que pueden alcanzar decenas de metros de espesor, provenientes del campo glaciar que está cortado encima de las paredes sobre los 5100 metros de altura. El material que cae arrastra todo lo que encuentra a su paso a lo largo por la pendiente y forma el gran cono de hielo y roca descompuesta que queda acumulado como testigo en la base del embudo.


Un alud de este tipo arrastró pocos años después al escalador colombiano Guerrero, conocido como Blancanitos, junto con un escalador polaco con quien hacían otra nueva ruta en el lado opuesto del embudo. La fuerza del alud los barrió, precipitándolos al abismo. Un tercer compañero polaco sobrevivió y logró salir de la pared por la parte superior. Años más tarde, Juan Pablo Ruiz y Cristóbal von Rothkirch (Quap) en su proyecto de “Volcanes y Glaciares" al final de los años 80, desistieron en intentar estas rutas de la pared oriental, por el peligro que representaba el desprendimiento y aludes cada vez más frecuentes en la pared. Hoy en día, de esa hermosa pared norte cubierta de hielo, solo queda una ligera capa de nieve reciente que desaparece con el sol. 


material que cae arrastra todo lo que encuentra a su paso a lo largo por la pendiente
"El material que cae arrastra todo lo que encuentra a su paso a lo largo por la pendiente y forma el gran cono de hielo y roca descompuesta que queda acumulado como testigo en la base del embudo”.



En nuestro caso, sin saberlo, nos favoreció que precisamente el día anterior a nuestro intento de cumbre ocurriera este evento. Sin embargo, hoy sabemos que el fenómeno es consecuencia del deshielo acelerado que han sufrido los glaciares durante las últimas décadas. Para nosotros, en ocasión de la apertura de la primera ruta, el camino quedó limpio para emprender con mayor seguridad nuestro ascenso del día siguiente.


Temprano en la mañana iniciamos el acercamiento a la base de la ruta que habíamos escogido, en un lugar donde el ápice de una enorme morrena tocaba la pared. Antoine inició la escalada por una chimenea donde la roca se encontraba muy fracturada, pero permitía el acceso directo a la base de la pared. Después del primer largo de cuerda me tocó el turno para escalar y recuperar los seguros. El morral que portaba pesaba mucho, me jalaba hacia afuera y dificultaba la ascensión. Poco a poco recuperé el equilibrio y me acostumbré a cargar ese incómodo paquete. Mi misión era asegurar la escalada que Antoine hacía en punta, y subir el material para los vivacs. Así continuamos durante todo el día, superando un primer tramo vertical de unos 300 metros.


El escalón estaba cubierto de material fino y piedras donde nos acomodamos lo mejor que pudimos, tomamos nieve acumulada en el borde, cocinamos y nos dispusimos a pasar la noche de Año Nuevo lo mejor posible. Abajo, los amigos celebraban con un fuego en el campamento y nos comunicábamos “virtualmente" de vez en cuando encendiendo las linternas. Para dormir nos quitamos las botas y mantuvimos los arneses con la cuerda amarrada a los seguros en la roca y anudamos cuidadosamente las botas para evitar que por cualquier descuido pudieran caer por el abismo que iba creciendo a nuestros pies.


Después de una noche de descanso, seguimos la ruta escalando la vertiginosa rampa de hielo de la pared norte que yo iba punteando durante el transcurso de la mañana, utilizando algunos tornillos para asegurar la subida, hasta alcanzar un escalón de roca cubierta de hielo. Allí Antoine tomó de nuevo la delantera superando un tramo de escalada mixta para seguir de nuevo por la pared blanca. Al final de la tarde habíamos superado otros trescientos metros y nos encontramos en una repisa expuesta en el filo, entre las paredes oriental y norte, donde instalamos nuestro segundo vivac. La noche fue muy fría, descansamos acostados en esa estrecha superficie rocosa expuesta al viento sin poder conciliar el sueño. Mi principal preocupación era no arriesgar la pérdida de las botas durante la noche por algún movimiento involuntario que pudiera arrojarlas al vacío.


El amanecer fue espectacular, a partir de las 5 a.m. el cielo comenzó a incendiarse con colores cada vez más rojizos. El espectáculo que teníamos desde ese balcón a 5200 metros, sin ningún obstáculo que impidiera la vista, nos permitió apreciar con todo detalle las cadenas de montañas que se suceden hacia el este hasta perderse en el horizonte sobre los Llanos de Arauca. La pared se iluminó progresivamente con los rayos del sol naciente, adquiriendo tonalidades rojas sobre la roca de arenisca naturalmente amarilla. Algunas fotos de ese momento único, junto con aquellas tomadas en el transcurso de toda la escalada, nunca las pudimos ver. La película de diapositivas Kodakchrome 25, especial para alta montaña con nieve y exceso de radiación ultravioleta, no se podía revelar en Colombia. En su camino al laboratorio Rochester de Estados Unidos, los tres rollos enviados se extraviaron en el correo. Sin embargo, ese recuerdo del hermoso paisaje y de nosotros mismos iluminándonos poco a poco, se mantiene vivo en mi mente después de más de cuatro décadas. De esa expedición, solo se salvó un rollo que hoy nos trae imágenes de la escalada en la pared norte de hielo del Ritacuba Negro.


Nos alistamos para emprender el último tramo de escalada que resultó sorprendentemente más fácil de lo que habíamos previsto, pero al mismo tiempo no exento de riesgo. Tuvimos que superar dentro de una amplia chimenea enormes fragmentos de lajas de grandes dimensiones, trabadas las unas sobre las otras formando un laberinto vertical donde pasamos con el seguro sicológico de la cuerda, pero sin mayor protección. La salida la hicimos superando varios metros de hielo para alcanzar el pico del Ritacuba Blanco de 5400 metros, máxima elevación de la Sierra Nevada del Cocuy, teniendo en los últimos pasos la exposición sobre la pared de 800 metros que escalamos en algo más de dos días y medio, con las dos noches de vivac.


El paisaje conocido de la vertiente occidental de la Sierra con los glaciares que bajan suavemente siguiendo la pendiente estructural de la roca, contrastaba fuertemente con el abismo que acabábamos de superar. Nos dirigimos hacia el oeste descendiendo por el glaciar y bajando por la pendiente que comunica con los picos de la zona central, para buscar un paso más corto que nos permitiera retornar al campamento en el valle intermedio ese mismo día. Entre el Blanco y el Puntiagudo hay un sector donde el escalón es menos alto y por allí bajamos en rappel hasta encontrar la pendiente menos abrupta con los conos de deyección que ocupan la parte inferior de las paredes. Esta última parte del descenso fue muy peligrosa, el deshielo de los glaciares había dejado grandes masas de hielo colgando peligrosamente. En épocas no muy lejanas, el filo de la cadena occidental de la Sierra se conectaba por medio de masas de hielo con el valle inferior que a 4400 metros muestra las huellas de las morrenas abandonadas por esos glaciares. Esos gigantescos bloques de hielo se podían venir para abajo en cualquier momento, como hemos sido testigos en otras ocasiones, por ejemplo, en el Ritacuba Negro que ha formado un peligroso hongo de hielo sobre la pared norte.


Llegamos de regreso al campamento en el transcurso de la tarde con la fatiga pintada en el rostro, después de tres días de duro ejercicio y con la satisfacción de haber realizado la primera ruta en las paredes orientales del Ritacuba Blanco. Mientras tanto, Marcelo y Juan Pablo habían salido la tarde anterior para dormir al pie del filar oriental del Ritacuba Negro. Un pequeño punto rojo en medio de la pared, indicaba el lugar donde estaban instalando el vivac para pasar la noche, después de escalar los primeros 200 metros durante ese día.


A la mañana siguiente, luego de una noche de descanso en la que dormimos plácidamente en nuestra carpa, Antoine propuso que subiéramos por el collado por donde habíamos descendido unos días antes, para recibir a Marcelo y Juan Pablo en la cumbre del Ritacuba Negro. Dicho y hecho, emprendimos el ascenso superando las morrenas inferiores y rodeando por la base un glaciar colgante que descansa sobre el primer escalón. Por una chimenea con roca descompuesta por la acción del hielo, subimos con cuidado para encaramarnos a la arista que comunica el Norte con el Negro. Tomamos la pendiente de nieve que cubre este sector y llegamos al pico al mismo tiempo que nuestros amigos coronaban la primera escalada del filar oriental del Ritacuba Negro. Celebramos mutuamente el éxito de nuestro proyecto, pero Marcelo y Juan Pablo nos manifestaron que querían volver al campamento descendiendo por la misma ruta para recuperar el material de vivac. Nos despedimos y regresamos al campamento por nuestro ya trajinado camino.


En el valle nos esperaba Enrique Pardo y los hermanos Hernández que venían con sus esposas para conocer ese bello sector del Cocuy. Quedamos en ascender al día siguiente el Pico Sin Nombre de 5000 metros que queda frente a la laguna. Efectivamente, aunque estaba realmente fatigado por tanto subir y bajar en las paredes, acompañé a los amigos hasta la parte superior del glaciar, desafortunadamente sin alcanzar la cima, debido a que una de las participantes no estaba aún adaptada a la altura. Sin embargo, esta excursión le permitió a Enrique reconocer la alta montaña, y como artista, pintar un lindo cuadro de la pared del Ritacuba Blanco que conservo como recuerdo de sus paredes de roca y hielo, colgado en un muro de mi casa.


El viaje de regreso lo emprendimos el día siguiente, después de confirmar que Marcelo y Juan Pablo ya habían descendido con éxito la pared, para dirigirnos en nuestras motos a la Sierra Nevada de Santa Marta.


EPÍLOGO


Este relato se lo dedico a Juan Pablo Ruiz y Marcelo Arbeláez con quienes compartimos, junto con Antoine Fabre las primeras rutas de escalada en las paredes orientales de los Ritacuba en la Sierra Nevada del Cocuy. Por diferentes circunstancias, nuestros caminos se alejaron durante las siguientes décadas y solo asistí como espectador a sus maravillosos viajes escalando las más reputadas montañas del planeta.


Después de más de 40 años, como testigos directos de la desaparición de los glaciares, los sucesos aquí narrados dejan una lección: la historia de las montañas nevadas de Colombia se acerca a su fin como consecuencia del cambio climático actual, en parte acelerado por la acción humana, a la par que nuestras vidas en este mundo. Somos afortunados de haber podido vivir y gozar en estos escenarios maravillosos que nos brinda la naturaleza y que Juan Pablo y Marcelo supieron aprovechar al máximo, compartiendo además sus aventuras y descubrimientos con toda la sociedad colombiana. Gracias mis amigos de la “vieja guardia".


* Sergio Gaviria Melo, geóquímico y montañista de las décadas 70 y 80. Relato escrito en noviembre 2023. ​




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