Era 1987 cuando Bernardo Pulgarín, geólogo recién graduado de la Universidad Nacional en Medellín, apareció sin cita previa en la portería del hoy Observatorio Vulcanológico y Sismológico de Popayán-OVSPop —entonces sede del Ingeominas, hoy del Servicio Geológico Colombiano— para preguntar por el director de la época, Abigail Orrego. Su intención era presentarse, entregar su hoja de vida y pedir que lo tuvieran en cuenta para algún proceso futuro de selección de personal.
Minutos más tarde, como producto de la suerte de estar a la hora adecuada y en el lugar correcto, ya estaba sentado en la oficina de Orrego, respondiéndole preguntas sobre la tesis distinguida que hizo en el pregrado junto a su compañera Luz Myriam López (la cartografía geológica y origen de los minerales de una mina de oro en el municipio de Andes, Antioquia) y contándole que, luego de cuatro meses de trabajar la identificación y caracterización de fuentes de materiales para construcción de carreteras del Plan Vial del Cauca, estaba a punto de regresar a Medellín.
Frente a esto, el director se ofreció a guiarle en un recorrido por las instalaciones y a ponerle en contacto con la persona idónea. “Me llevó donde Armando Espinosa, jefe de la división técnica. Él empezó a preguntarme por mi tesis y terminó entrevistándome, y me dijo que me tendría en cuenta en una próxima convocatoria”, recuerda Bernardo, con un marcado acento paisa que nunca amainó, pese a vivir lejos de su ciudad por tanto tiempo.
Con los esfuerzos y las conexiones hechas, Bernardo regresó a Medellín esperanzado en hacer una vida en Popayán, en donde hacía más de un año residía su novia, Adriana Agudelo, también geóloga, quien para entonces era profesora de la Fundación Universitaria de Popayán (con el tiempo ella también terminaría trabajando en el SGC, donde hoy es una de las funcionarias con mayor trayectoria en el OVSPop).
No pasó más de una semana para que Bernardo volviera a oír del Ingeominas: lo llamaron para decirle que lo esperaban en la capital del Cauca para empezar a trabajar inmediatamente como contratista (posteriormente se vinculó como funcionario). “Tuve que pedir un par de días más para empacar las cosas que tenía en Medellín, pero así empezó mi historia en el SGC”, dijo a mediados de febrero de 2023, mientras contaba los días para que esa misma historia que construyó con la disciplina de un deportista tuviera su desenlace por cuenta de la jubilación.
El pasado, presente y futuro de un gran vulcanólogo
Mirar atrás no le genera nostalgia. Es lo que se percibe cuando habla de lo preparado que está para su retiro. Ya no quiere robarse horas de sueño para hacer deporte, recibir llamadas a cualquier hora para atender emergencias relacionadas con geoamenazas ni sentarse al frente de un computador sin saber a qué hora va a poder levantarse. Tampoco quiere más trabajos de campo que lo mantengan lejos de su casa ni jornadas infinitas para escribir reportes y artículos científicos. Y no porque no haya disfrutado de todo esto en su momento, sino porque está listo para el descanso.
Quiere fines de semana libres, paseos improvisados, momentos de contemplación y sesiones de estudio de distintos temas que “le llenan el alma”. Y ante todo quiere tiempo de calidad con su esposa, Adriana, y su hija, Laura. En el fondo, aunque dice que quiere una pausa, da la impresión de que busca todo lo contrario: hacer, hacer y hacer. Lo que no pudo, lo que postergó, lo que guardó en la lista de los deseos por tanto tiempo.
“Quiero, por ejemplo, poder trasnochar viendo una película sin pensar en que debo madrugar al día siguiente”, dice, ratificando que sus anhelos son simples, pero son la clase de anhelos que alimentan el espíritu. Por eso, a partir del día en el que termine sus labores en el SGC los afanes serán cosa del pasado. Sin embargo, lo que sí seguirá siendo parte de su presente es el orgullo por haber hecho parte de esta entidad en la que, durante 35 años de devoción y constancia, dejó un legado para otras generaciones de geólogos y vulcanólogos.
Y no lo dice él, por supuesto, porque su pudor frente al reconocimiento es tanto que pidió publicar este artículo después de su retiro para no tener que lidiar con la exposición pública. Son otros los que destacan su trayectoria, empezando por los colegas del grupo de Geología de Volcanes, el cual lideró por más de 15 años, y por su esposa Adriana.
“Conocí a Bernardo desde el primer semestre de la universidad y siempre admiré su responsabilidad y disciplina, además de su sentido del humor…”, dice orgullosa de lo que él construyó con tanto esfuerzo, “siempre hizo su trabajo con toda la rigurosidad y se preocupó por compartir su conocimiento. Con su liderazgo, hizo grandes aportes a la vulcanología dentro y fuera del SGC”.
Así lo asegura también Andrés Narváez, geógrafo contratista del SGC, quien afirma que muchos volcanes del país, entre ellos el Nevado del Huila, Sotará, Nevado del Ruiz, Doña Juana, Paramillo de Santa Rosa, Galeras, cuentan con mapas de cartografía geológica gracias a Bernardo. Estos productos, dice, son grandes aportes para el avance del conocimiento geovulanológico, así como para mejorar la toma de decisiones frente al riesgo y el ordenamiento del territorio en el país.
“Trabajar con Bernardo ha sido de las mejores experiencias de mi vida. Despertó en mí un poco más de amor por la montaña, por el territorio, por lo que hago. Este trabajo con volcanes requiere de mucha pasión, de mucha dedicación para entender lo que nos muestran las ciencias de la tierra. Para mí y muchos de mis compañeros fue un privilegio hacer parte de la escuela de vulcanólogos que él construyó. Sentimos que Bernardo llenó muchos vacíos que no llenaron los libros ni la academia”.
Lo que nunca olvidará…
En el paso de Bernardo por el SGC se pueden recapitular episodios de todo tipo: mágicos, aventureros, peligrosos, cómicos y dramáticos. Un sobrevuelo en una avioneta acrobática por el mítico monte Santa Elena (estado de Washington, EE.UU), mientras hacía un curso de atención a emergencias volcánicas en convenio con el Servicio Geológico de Estados Unidos, y una noche durmiendo, por necesidad, en una cavidad fumarólica en el cráter del volcán Cumbal, con un equipo liderado por Marta Calvache, son algunos de los momentos más bonitos que recuerda.
También tiene fijadas en la memoria experiencias como su primer recorrido por la Cadena Volcánica de los Coconucos, en la cordillera Central, junto a la vulcanóloga María Luisa Monsalve, en el que pudo pasar noches admirando la Vía Láctea y ser testigo de cómo la nieve cubría toda la cadena; su estadía en México para cursar una maestría en Ciencias con especialidad en Vulcanología, con la que ganó la medalla al mérito académico otorgado por la Universidad Nacional Autónoma de México; y los viajes a Japón, Alemania y