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Lengua de señas
Gloria Rodríguez tiene una certeza irrefutable: fue una buena geóloga. Y lo dice así, en pasado, aunque hasta el día siga ejerciendo desde la orilla de la academia (es docente de petrografía metamórfica en la Universidad Nacional, sede Bogotá). Tal vez eso tenga que ver con que, en su cabeza, el significado verdadero de esta ciencia está directamente relacionado con las búsquedas de aventura, las observaciones agudas, las caminatas extensas y los hallazgos gratificantes.
Ese es, por lo menos, el tono fantasioso que le imprime a sus descripciones sobre las salidas de campo que hizo para el Servicio Geológico Colombiano, al cual llegó cuando todavía se conocía como Ingeominas. Este lugar, dice Gloria, resultó ser un premio para su alma sensible a la magia del exterior, pues le dio la oportunidad de recorrer gran parte del país recolectando muestras y haciéndose preguntas sobre las características geológicas del territorio colombiano. Sin embargo, su llegada a las ciencias de la Tierra casi no se da: lo que ella de verdad quería era estudiar ingeniería química.
Pero como los azares de la vida parecen escritos por un guionista que sabe lo que más conviene a futuro, el puntaje no le alcanzó para entrar a la ingeniería y tuvo que irse por “eso de la geología”; una carrera que le recomendó su hermana, quien para entonces estudiaba Agronomía. Se matriculó, entonces, sin muchas expectativas, “porque si no me gustaba, volvía a la idea original”. Con el tiempo, la prudencia emocional se le convirtió en entusiasmo y, este, a su vez, se transformó en un amor fiel que sigue expresando cada vez que puede.
La química y la mineralogía fueron sus materias favoritas. Tanto así que le trazaron un camino claro hacia su vida profesional. Para ella, entender la composición de las rocas y, con ello, develar secretos sobre la configuración de la geología colombiana, se convirtió en la llama de sus días. Durante la carrera también fue monitora de varias materias, lo que la llevó a darse cuenta de su inclinación natural hacia la docencia.
Llegó al entonces Ingeominas, hoy Servicio Geológico Colombiano (SGC), antes de graduarse como geóloga, pero el tiempo terminó formalizando su paso por la Entidad, en la que estuvo entre 1974 y 2003, con excepción de dos años (en la década de los 80) en los que se dedicó al estudio de una maestría en Ingeniería de Sistemas y a la docencia. Mientras estuvo en el SGC, Gloria no solo fue una de las mujeres pioneras en el ejercicio de la geología en el país, sino que se destacó por distintas contribuciones a esta materia.
Desde la investigación que lideró sobre los eventos metamórficos del Macizo de Santander, estudiando rocas desde 420 hasta 900 millones de años, hasta el hallazgo fortuito de una muestra importante de fósiles, en medio de una montaña tolimense, esta geóloga dejó una marca en muchos colegas, quienes destacaron en ella su devoción y entrega. Estas cualidades, dice, no solo la ayudaron a sobresalir a ella, sino a otras mujeres que buscaban abrirse paso en una profesión que tradicionalmente les había pertenecido a los hombres.
“Las mujeres son tan o más capaces que los hombres. Además de la dedicación, he visto en mis colegas mujeres grandes capacidades físicas e intelectuales”, cuenta con emoción, y añade que ver la gran representación femenina actual en la geología le genera orgullo, pues sabe que para llegar a ese punto, las mujeres tuvieron que enfrentar muchos desafíos en el camino.
En su caso, por ejemplo, tiene una anécdota para ilustrar la lucha por pertenecer al mundo de las geociencias: “alguna vez, perdí una materia y, sin saberlo, me fui de vacaciones a los Llanos. Mientras estaba allá, mi mamá fue a la universidad a hablar con uno de mis profesores, quien le sugirió que lo mejor que yo podía hacer por mí era abandonar la carrera”, recuerda.
Añade que “le mostró una foto de unas montañas con una gran elevación, y le dijo: ‘estos son los sitios por los que ella va a tener que caminar. Son zonas muy difíciles y por eso creo que debería buscar otra carrera’. Mi mamá le respondió: ‘nosotros venimos de una familia campesina de páramo, así que si alguien puede subir esas montañas, ella es la indicada’. Eso me marcó mucho, y me hizo querer demostrar que yo podía hacer las cosas”.
Y sí que lo demostró. Por eso, tuvo oportunidades de crecimiento profesional inolvidables, como la de tomar un curso de recuperación de minerales en Japón. Inspirada tanto por la disciplina y el rigor que aprendió de su mamá, una mujer que siempre vio en la educación la oportunidad de construir una vida próspera, como por la dedicación amorosa su papá, un sastre del que heredó el sentido de la observación y del detalle, Gloria logró ser una buena geóloga. Y hasta el día de hoy lo sigue siendo.