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 ¿Qué hay detrás del monitoreo volcánico que hacemos en el SGC?

Monitoreo volcánico del SGC

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¿Qué hay detrás del monitoreo volcánico que hacemos en el SGC?

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Debido al nivel de actividad actual del volcán Nevado del Ruiz, muchos ciudadanos nos han preguntado cómo desde el SGC generamos la información científica necesaria para la toma de decisiones por parte de las autoridades encargadas de la gestión del riesgo volcánico. Esta labor, que se realiza hace 37 años, va mucho más allá de la instalación de equipos y el análisis de datos. Aquí les contamos.

 

El volcán Nevado del Ruiz lleva varias semanas en nivel de actividad Naranja, lo que se traduce en la probabilidad de que haga una erupción en cuestión de días o semanas. Pero detrás de esa probabilidad, que desde el SGC hemos reiterado desde finales de marzo, hay un trabajo permanente de monitoreo volcánico que, aunque es la base para brindar información oportuna a las autoridades encargadas de tomar decisiones frente al riesgo (como la UNGRD), muchas veces pasa desapercibido.

 

Para empezar, es importante mencionar que, además del volcán Nevado del Ruiz, el SGC monitorea otras 24 estructuras volcánicas a través de tres Observatorios Vulcanológicos y Sismológicos ubicados en Manizales, Popayán y Pasto. En esta última ciudad, está Lourdes Narváez Medina, quien ha trabajado en el SGC por cerca de  30 años y ha acompañado múltiples esfuerzos orientados a evaluar el comportamiento de varios volcanes ubicados en Nariño, entre ellos, Galeras, Cumbal, Chiles y Cerro Negro.

 

Gracias a su experiencia, cuando habla de la historia del monitoreo volcánico en Colombia ubica rápidamente, de forma cronológica, los hitos que marcaron la evolución de este proceso geocientífico a nivel nacional. “Después del desastre del volcán Nevado del Ruiz, en 1985, dijimos: 'esto nunca más puede volver a ocurrir'. Por eso, el Gobierno Nacional encargó al SGC, Ingeominas para ese momento, monitorear todas las amenazas geológicas del país, incluidas las volcánicas", recuerda Lourdes.

 

Posteriormente, en 1988, hubo dos hechos importantes: la conformación del primer Observatorio Vulcanulógico y Sismológico (OVS) del país, el de Manizales, conocido en aquel entonces como el Observatorio Vulcanológico de Colombia; y el inicio de algunas actividades de reconocimiento en el volcán Cumbal debido los registros de su actividad. Al año siguiente, en 1989, cuando el volcán Galeras empezó a presentar columnas de gases y ceniza, se instalaron los primeros equipos de monitoreo allí y, con ello, inició la conformación del segundo OVS: el de Pasto.

 

Durante los años 90, se dieron otros acontecimientos para el desarrollo del monitoreo volcánico, entre ellos, la creación del OVS de Popayán, el cual,  a diferencia de los otros, inició sin una crisis volcánica. Esto se sumó a que el Servicio Geológico de Estados Unidos (USGS) brindó su apoyo a los OVS para la instalación de más estaciones con equipos especializados; y a que se dio la contratación y capacitación de profesionales (no solo geólogos, sino también ingenieros civiles) para el manejo de la tecnología adquirida.

 

Para el final de la década del 90, un convenio entre el SGC y el Servicio Geológico de Alemania (el BGR) transformó el monitoreo volcánico en el país mediante la incorporación  de tecnología de punta y la introducción del concepto de monitoreo multiparamétrico de los volcanes (instalaciones de estaciones compuestas por distintos tipos de sensores).

 

“Con eso ya no solo monitoreamos la actividad sísmicas, sino que también empezamos a tener el registro de otros parámetros como la deformación de los suelos, las temperaturas (por medio de cámaras infrarrojas), los gases disueltos, las variaciones en los campos eléctrico y magnético, etc. Todo eso es lo que hoy en día nos permite saber cómo se están comportando los volcanes que monitoreamos", recuerda Lourdes.


Monitoreo SGCRecorrido realizado por el personal científico del SGC en el volcán Nevado del Ruiz.


 

Otro de los hechos importantes para de la evolución del monitoreo volcánico se dio entre 2002 y 2004, un momento en el que el Galeras se reactivó luego de 14 años de reposo. Esto motivó el inicio de un trabajo técnico por parte del SGC para determinar, a partir de referentes mundiales, una mejor manera de comunicar las crisis volcánicas a las autoridades responsables de la gestión de riesgo.

 

De esa manera, a finales del 2004, se presentó ante el entonces Comité Regional de Emergencias del Departamento de Nariño la escala de niveles de actividad volcánica (verde, amarillo, naranja y rojo) con sus respectivos protocolos de respuesta. Esta escala fue adoptada oficialmente para el caso de todos los volcanes del país y aún se mantiene.

 

Comunidades, ejes centrales del monitoreo volcánico

 

Como Lourdes Narváez, Diego Gómez Martínez también ha podido ver la evolución de la red de monitoreo volcánico en el país. Llegó al SGC cuando aún era Ingeominas, en 1989. Con el tiempo y la experiencia, este ingeniero civil terminó coordinando el OVS de Pasto por más de 19 años, un rol en el que pudo entender, más allá de lo operativo y lo técnico, las implicaciones de estudiar el comportamiento de los volcanes.

 

Dentro de todos estos esfuerzos, dice, hay un elemento central: el relacionamiento con las comunidades que habitan en las zonas de influencia, pues solo cuando se integran los saberes y formas de ver el territorio al proceso geocientífico del monitoreo, se logran acciones puntuales para preservar la vida en medio de una crisis volcánica. Así lo considera Diego, quien ha participado en múltiples escenarios de construcción colectiva del conocimiento volcánico en conjunto con los otros OVS.

 

“La región en la que hacemos presencia es mayoritariamente indígena, así que trabajamos de la mano con las autoridades indígenas y civiles, y con los delegados de las comunidades que viven en las regiones más próximas a las cimas de los volcanes", explica él, y añade que, con esto, se busca definir conjuntamente, por ejemplo, los sitios para la construcción de estaciones y concretar el respaldo local para las labores de instalación y mantenimiento de las mismas.

 

De hecho, en algunas ocasiones han sido las mismas comunidades las que han respaldado la recolección de información y muestras que, posteriormente, les han permitido a los científicos evaluar algunos parámetros del comportamiento volcánico. La recolección de ceniza y la medición del nivel de las aguas son algunas de las tareas en las que la participación de algunas comunidades ha sido invaluable. También, en la confirmación de actividades sísmicas que, en principio, se registran a través de equipos.

 

“Les mostramos qué instrumentos utilizamos y cómo operan, y esto nos ha dado buenos resultados en algunos lugares. En Galeras, por ejemplo, ya tenemos personas prepraradas para hacer ciertas labores técnicas", cuenta, y agrega que desde los tres OVS se realizan actividades para afianzar los lazos entre los geocientíficos y las comunidades, entre ellas, visitas guiadas y conferencias en las sedes, excursiones académica a las regiones volcánicas, visitas a las estaciones e incluso jornadas abiertas en los OVS para que las comunidades conozcan las instalaciones y se hagan una idea más completa sobre el trabajo que se realiza en ellas.

 

Según Jaime Raigosa, líder del grupo de monitoreo del OVS de Popayán, el trabajo conjunto con las comunidades que habitan las distintas regiones volcánicas no solo ha permitido el crecimiento de la red a través de la instalación de nuevas estaciones y equipos, sino que ha contribuido al fin supremo de toda la labor de monitoreo: salvar vidas.

 

“En 1994, debido a un sismo que se registró en  la zona de influencia del volcán Nevado del Huila, se generó una avalancha en el río Páez. Por este evento, murieron alrededor de 1100 personas, pertenecientes a comunidades indígenas", recuerda Raigosa,  y añade que debido a este precedente se dio una reorganización del territorio con el propósito de prevenir futuras tragedias. “Por eso, cuando el volcán entró en actividad entre 2007 y 2008, había una mejor preparación, lo que permitió que, frente a una erupción que se presentó con pocos signos previos, las autoridades y la comunidad reaccionaran a tiempo".

 

Esa erupción, afirma el experto, generó uno de los flujos de lodo más grandes asociados a un volcán a nivel mundial, y aún así, la respuesta fue tan oportuna que las poblaciones alcanzaron a evacuar (aunque murieron 12 personas, sin la gestión adecuada el evento podría haber tenido un número de víctimas mucho mayor).  Situaciones como esa*, dice Raigosa, demuestran que la información oportuna y la buena comunicación entre las comunidades y el SGC son esenciales para proteger la vida.

 

“Desde el SGC hemos hecho un esfuerzo muy grande para lograr que los volcanes del país estén bien monitoreados. También, para nutrirnos con los saberes de las comunidades", concluye Raigosa, convencido de que a través del monitoreo los geocientíficos buscan lo mismo que quienes habitan las zonas volcánicas: proteger la vida en los territorios. 



Monitoreo

Sala de monitoreo volcánico del Observatorio Vulcanológico y Sismológico de Manizales.




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