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 El investigador del SGC que hizo parte de una expedición oceánica por las Islas Canarias

Edward Salazar acompañado de su colega Ester Santofimia. En la imagen están recogiendo muestras de agua recolectadas.

​Edward Salazar acompañado de su colega Ester Santofimia. En la imagen están recogiendo muestras de agua recolectadas en las profundidades del océano. ​

El investigador del SGC que hizo parte de una expedición oceánica por las Islas Canarias

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Edward Salazar es el líder de la línea de investigación en Geología Oceánica del SGC. Entre el 11 de julio y el 13 de agosto estuvo en la campaña Atlantis-1, realizada por los gobiernos de España y Portugal en el territorio marítimo de las Islas Canarias. Este esfuerzo científico permitió descubrir tres volcanes submarinos llamados los Atlantes.


Hacer estudios geológicos en tierra firme resulta más “sencillo” que hacerlos en el fondo del mar. La razón es que para los primeros los costos son, en general, mucho menores que para los segundos, teniendo en cuenta que actividades como viajar por carretera, hacer caminatas exploratorias o recolectar muestras de roca o agua requieren de un presupuesto mucho menor con respecto a lo que cuesta realizar una expedición científica en un barco de investigación.   


De eso sí que sabe Edward Salazar, líder de la línea de investigación en Geología Oceánica del SGC, quien estuvo 25 días a bordo del Sarmiento de Gamboa, un buque de 70 metros de largo por 15 de ancho, propiedad del Consejo Superior de Investigaciones Científicas-CSIC de España, en el que los gobiernos de ese país y de Portugal desarrollaron la campaña Atlantis-1 con el fin de explorar el sistema volcánico submarino de las Islas Canarias. 


Pero, ¿qué hacía un investigador del SGC en una expedición organizada por estos países europeos? Desde inicios de 2024, la entidad conformó la línea de investigación en Geología Oceánica para generar conocimiento sobre las geoformas del Pacífico y el Caribe colombiano y, con ello, aportar información valiosa para procesos de toma de decisiones relacionados con la gestión de amenazas marinas de origen geológico, el ordenamiento territorial marino-costero y el fortalecimiento de la soberanía nacional, entre otros.  


En ese camino, el SGC empezó a trabajar con el Instituto Geológico y Minero de España-IGME y con varios servicios geológicos de Latinoamérica en la realización de cartografía geomorfológica del Caribe (en el proyecto EMODnet). Este fue el punto de encuentro entre Edward y sus colegas españoles, quienes, gracias a los avances demostrados por él y su equipo para la consolidación de este campo de estudio en Colombia,  le invitaron a participar en la campaña. 



Los días en el Sarmiento de Gamboa


https://www2.sgc.gov.co/Noticias/PublishingImages/Noticias/Islas-Canarias/Buque-de-investigacion-Sarmiento-de-Gamboa.jpgBuque de investigación Sarmiento de Gamboa, en el que se realizó la campaña Atlantis-1 por las Islas Canarias. ​


Un día de operación del Sarmiento de Gamboa cuesta alrededor de 150 millones de pesos. Esto, sumado a la tecnología de punta con la que está equipado el buque desde su construcción tiene un laboratorio de acústica y geofísica, además de instrumentación para la recolección, conservación y análisis de muestras, es suficiente razón para calificar como un privilegio el hecho de abordarlo. Así es como Edward transmite la sensación que tuvo durante sus días en altamar, sin ninguna parada en tierra firme.


Desde el primer momento en el barco, los 26 científicos de la expedición pudieron ver sus turnos de trabajo en un tablero: los de Edward eran de doce a cuatro, en la mañana y en la noche. Por eso modificó la rutina tradicional de los días de oficina y, con los días de experiencia a bordo, aprendió a hacer tareas corrientes de una nueva forma: bañarse sin perder el equilibrio, acomodarse en la cama para dormir con estabilidad, comer en los horarios dispuestos para ello (eliminó el desayuno de su dieta para lograr tener suficiente tiempo de sueño) y leer en movimiento (terminó tres libros). Por fortuna, el oleaje no le produjo mareo, como sí le sucedió a una de sus compañeras, quien tuvo que pasar los primeros tres días en cama para soportar el malestar. 


Al mismo tiempo que descifraba cómo adaptarse mejor a la cotidianidad del barco, veía de primera mano y por primera vez el despliegue tecnológico que permite adquirir los datos que sustentan los estudios de geología oceánica, incluyendo las sondas batimétricas, que emiten ondas acústicas  que calculan la distancia entre la superficie y el suelo marino para  generar mapas batimétricos (identifica los relieves del fondo marino, como valles y escarpes), y la TOPAS, que a través de la sísmica somera de alta resolución ayuda a identificar deslizamientos submarinos, encontrar emisiones de fluidos como gases o lodo e identificar depósitos de corrientes submarinas. 


También, una sonda que se despliega para adquirir hasta 24 muestras de agua a distintas profundidades y analizarlas en tiempo real para definir niveles de clorofila, salinidad, temperatura, oxígeno, concentración de metano, turbidez, conductividad, pH, entre otros parámetros. “Gracias a esta información, el IGME ya tiene cartografiadas cinco corrientes submarinas en el Atlántico subtropical de las Islas Canarias”, cuenta Edward con asombro. 


Sin duda, la tecnología más fascinante usada en la campaña Atlantis-1 fue el robot submarino de 15 millones de euros con el que el gobierno de Portugal contribuyó a la alianza de investigación con el IGME. “Estos dos países trabajan juntos desde hace varios años para desarrollar una propuesta única de expansión de la plataforma continental. A raíz de esa colaboración fue que, para esta oportunidad, Portugal prestó el ROV, un vehículo operado remotamente para la toma de fotografías y videos y la recolección de muestras de rocas y sedimentos”, dice emocionado. 


Para que se logre dimensionar la importancia de lo que robot hace en las profundidades marinas, Edward muestra varios videos de cómo este usa su brazo mecánico para recoger una roca volcánica del suelo marino (a 250 metros), cómo sostiene una pala y extrae sedimentos y fragmentos de rocas y corales (a 1.106 metros), cómo inserta un termómetro en una pequeña fumarola de un sistema hidrotermal (106 metros), y cómo usa su “aspiradora”, un tubo que succiona sedimentos y los compartimentaliza (a 307 metros). 


Es inevitable haber sido testigo del uso de estos desarrollos y no soñar con tenerlos e implementarlos en un país como Colombia. Es la reflexión que comparte Edward cuando piensa en lo poco que se conocen los fondos marinos del país, aún cuando el 45 % del territorio nacional está en el océano. Por eso, desde su trabajo en el SGC, hace una invitación continua: “no darle la espalda al mar, como lo hemos hecho tradicionalmente. Entender lo que hay allí es clave para que el país pueda tomar decisiones para conservarlo”. 



¿De qué nos sirve conocer la geología de nuestros océanos?



Edward Salazar, segundo de izq. a der., con sus compañeros de expedición. En esa ocasión tenían trajes de inmersión y chalecos salvavidas en caso de tener que entrar al agua por emergencia en el barco.



Decir que las posibilidades de construir conocimiento científico sobre la geología submarina son tan amplias y profundas como los mismos océanos es, sin ánimo de negarlo, un símil predecible, pero eso no lo hace menos cierto. Como Edward ya lo explicaba en otro artículo, la información que se produce a partir de la geología oceánica no solo es necesaria para fortalecer la soberanía nacional, por ejemplo, al momento de desarrollar estrategias para la protección de fondos marinos ricos en minerales, sino que también es esencial para identificar amenazas de origen geológico asociadas a fenómenos submarinos.


Es el caso de los deslizamientos que, al transportar volúmenes gigantescos de material, pueden generar tsunamis, o el de los sistemas volcánicos submarinos que pueden presentar erupciones y poner en riesgo a la población. Esto último sucedió en las Islas Canarias en 2021, cuando el volcán Cumbre Vieja hizo erupción en la isla La Palma, un evento que afectó a 86 mil personas y sepultó a 2800 edificios, pero que no tuvo víctimas mortales gracias a la información científica que permitió hacer una adecuada gestión del riesgo. 


Por sucesos como este, Islas Canarias es un escenario clave para la investigación en geología oceánica, lo que motivó la campaña Atlantis-1, en la que precisamente se descubrió el Sistema de Volcanes Submarinos Los Atlantes, conformado por tres estructuras que no habían sido registradas previamente para la ciencia. Hacer parte del grupo de investigadores que realizó este hallazgo convenció a Edward de estar avanzando, junto a su equipo del SGC, por el camino correcto.


La razón es que, gracias a esta experiencia, ahora comprenden de manera más certera todo lo que implica levantar la información que él y sus compañeros han visto en los artículos científicos y publicaciones internacionales, las cuales han tomado como referencia para definir los objetivos de investigación en el contexto oceánico nacional y empezar a desarrollar una metodología de análisis de geología y geomorfología marina que hasta ahora es inexistente en el país. 


“Un ejemplo de esto es que para hacer sísmica convencional y de alta resolución , que es lo que se logra con la TOPAS, debíamos tener una velocidad muy baja. Hicimos un transecto de 310 km, y eso nos costó 34 horas de adquisición. Ese es el tipo de cosas que no sabíamos que tenían que pasar para generar la información que hemos visto en estudios de otras entidades…Nosotros en el SGC no hemos hecho expediciones y, a diferencia de una entidad como el IGME, no tenemos un buque o equipos…”, afirma, con la convicción de que estas limitaciones son una oportunidad para establecer alianzas de investigación con entidades como la DIMAR o el INVEMAR. 


Lo que podría resultar de estas alianzas es un avance contundente en el entendimiento de las características geomorfológicas de zonas inexploradas en los océanos colombianos, como es el caso de la costa afuera de Buenaventura, donde actualmente los investigadores del SGC están trabajando en construir un mapa morfológico y otro geomorfológico submarino. 


Esponja y crinoideo encontrados a 1100 metros de profundidad durante la campaña Atlantis-1.


“Otro de los aprendizajes que nos dio esta campaña es que es importante trabajar con otras disciplinas distintas a la geología. Eso fue algo muy interesante que pasó en el barco: mientras los geólogos analizábamos ciertos aspectos, los biólogos y biólogos marinos observaban otros”, cuenta, y añade que “así aprendí muchas cosas, por ejemplo, que a muchos peces de profundidad les gusta andar dentro del sedimento y, a su paso, generan estructuras sedimentarias que se llaman trazas o icnofósiles. Nosotros como geólogos decimos: ‘eso es una traza fósil’, pero con ellos entendí cómo era la génesis de esa traza”.


Otra de las grandes lecciones de Atlantis-1 es que es posible generar conocimiento sobre el océano a través de la cooperación entre países, como lo han hecho Portugal y España, , “que lograron establecer un objetivo común…Fueron capaces de unir sus intereses científicos y geopolíticos para ampliar la plataforma de manera unificada”. 


Ese trabajo compartido es algo que, sin duda, ya está empezando a suceder con la construcción de la cartografía geomorfológica del Caribe en la cual participa Colombia junto a países como México, República Dominicana, Costa Rica, Honduras, Cuba y Guatemala, pero que puede fortalecerse con el tiempo y el interés de investigadores como los de la línea de Geología Oceánica del SGC.


“Ya estamos en capacidad para abordar grandes desafíos de investigación con otras entidades y aportar lo que sabemos para que el país avance en muchos sentidos, como en la protección de la soberanía nacional, en la planeación y desarrollo de cara al mar (incluyendo estrategias de adaptación al cambio climático) y en la conservación de la vida en las profundidades marinas”, concluye Edward. 






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