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Lengua de señas
Es miércoles 6 de diciembre de 2023. Sergio Gaviria está en el Puente Aéreo de Bogotá, a la espera de un vuelo que abordará hacia Pitalito (Huila). Revisa su pasabordo y se da cuenta que tiene asignado un asiento de pasillo. Se decepciona. Les dice a sus compañeros de viaje, entre los que se encuentra Julio Fierro, director general del SGC, que es una verdadera lástima. Nada como estar en la ventana y poder admirar en vivo los lugares que tiene grabados en su mapa mental (uno que, por cierto, tiene una alta precisión geográfica, paisajística y ecosistémica).
En ese momento, alguien del grupo le ofrece un intercambio de asientos y él, que no puede evitar sonreír de oreja a oreja con la simpatía que lo caracteriza, agradece la oferta con una ilusión que se asemeja a la de un niño con la capacidad de asombro en su punto más alto. La emoción no amaina durante el vuelo, y tampoco lo hace durante los siguientes cinco días, en los cuales apoya al grupo de Paleoclima y Cambio Climático del SGC a analizar la geoquímica de las cavernas del Parque Nacional Natural Cueva de los Guácharos, con el fin de aportar a una investigación sobre los cambios climáticos de los últimos 20 mil años.
En esa área protegida, encumbrada entre 1.630 a 2.850 metros sobre el nivel del mar, Sergio demuestra su maestría para escalar y descender paredes de roca que, para varios del grupo, significan un temblor de rodillas y desconfianza. Después de todo, él lleva más de 40 años recorriendo el país con lazos, arneses y cascos, lo que, sin temor a la equivocación, lo hizo uno de los primeros escaladores del país. Según recuerda, desde que tenía 13 años empezó a hacer salidas de campo con amigos; cuando tenía 17, inició su afición por la montaña; y a los 21 se tomó en serio la escalada con otros aventureros como él. Algunas de sus hazañas fascinantes están narradas en el texto “Memorias de las primeras escaladas de roca en Colombia”.
La química, una elección predestinada
Por la misma época en la que hizo sus primeras escaladas, empezó la carrera de Química en la Universidad Nacional. No le costó elegir este programa, aunque paradójicamente, al preguntarle por ello, responda que al salir del colegio no sabía a qué se quería dedicar. En esa decisión triunfó el ejemplo, pues su papá no solo se dedicó a esta profesión como profesor en la Universidad Nacional, sino que tuvo un laboratorio en casa (del cual Sergio aún conserva varias reliquias, como una balanza de alta precisión) para prestar servicios como particular, e incluso trabajó para la Dirección de Laboratorios, la cual, hoy en día, hace parte del Servicio Geológico Colombiano.
Durante su formación académica, especialmente en épocas de paro en la universidad, Sergio siempre tuvo las botas listas para salir de expedición con un grupo de biólogos y aficionados al estudio de ecosistemas de alta montaña y a la exploración de cavernas. Ese espíritu de naturalista le resultó más útil de lo que pudo calcular: empezó a ver de primera mano la química en los hielos, los ríos, los lagos y las aguas subterráneas. Sacó del salón de clases los conceptos que muchos de sus compañeros solo exploraron a través de un laboratorio, y empezó a hilar una historia sobre la vida en el planeta a partir de sus experiencias personales.
“La naturaleza es el medio propicio para empezar a reconocer procesos químicos que uno aprende en teorías y laboratorios, como las aguas termales y los suelos de diferentes colores. Mejor dicho, una diversidad mineral que me fascinó, y con eso me empezó a llamar la atención la geología. Llegaba a clases con la cara destrozada por los rayos ultravioleta de la alta montaña, porque uno en esa época no se cuidaba mucho. Cogía la flota de regreso con las botas sucias y llegaba directo a la universidad”, dice con una carcajada.
Antes de terminar la carrera, aprovechó las instalaciones de la Dirección de Laboratorios, que hacían parte del entonces Ingeominas (hoy SGC), para hacer los experimentos necesarios en su trabajo de grado, enfocado en el análisis de los minerales de arcillas de la Formación Bogotá, ubicada al norte de la sabana. Desde entonces se dio cuenta de que trabajar “en llave” con los geólogos era algo que quería seguir experimentando y, con esa claridad, inició una historia laboral con la entidad, en la cual fue funcionario por 20 años.
Durante esas dos décadas apoyó investigaciones geológicas que necesitaban análisis químicos, como el estudio de los recursos geotérmicos de la cordillera Central (específicamente en el Tolima y el Viejo Caldas), y para ello fue determinante su inclinación por la aventura, pues para la época no era común que los químicos hicieran labores de campo en zonas de difícil acceso y en medio de condiciones difíciles. De hecho, dice Sergio con gracia, él era de los pocos que levantaba la mano y “se le medía” a hacer ese tipo de viajes.
“Íbamos a recoger muestras de aguas y gases a zonas volcánicas como el Parque Nacional Natural Los Nevados y alrededor de los volcanes del Ruiz y del Tolima. Ir a esos sitios que yo conocía por mi afición fue un gran regalo de la vida. También fui a zonas como el Putumayo a hacer investigaciones en recursos minerales”.
No fue más que un hasta luego
Sergio empezó a trabajar en el entonces Ingeominas en 1979 y, solo un par de años después, tuvo la oportunidad de viajar a Francia (aún vinculado a la entidad) para hacer una especialización en Ciencias del Suelo, lo que le permitió dedicarse de manera más específica a investigaciones relacionadas con la evolución y dinámica de los suelos, su relación con el agua y su efecto en las transformaciones de los minerales. En esa temporada conoció a Isolde caminando en los Alpes franceses, con quien se casó y regresó a Colombia en 1983.
En Francia dejó un deseo pausado: el continuar con sus estudios de doctorado en el mismo tema de su especialización. Sin embargo, en 1988, gracias a su incursión en estudios de suelos en los Llanos Orientales, fascinantes ambientes tropicales muy diferentes a las montañas, recibió una comisión de estudios para hacer el programa académico, el cual le implicó hacer viajes cortos a Francia durante tres años y hacer el levantamiento de la información de campo en Colombia.
Este proceso culminó en 1993 y, luego de eso, se conectó con Thomas van der Hammen (Q.E.P.D.), reconocido geólogo y botánico y devoto defensor de la biodiversidad del país, para hacer el mapa de los períodos geológicos del Neógeno y Cuaternario de la sabana de Bogotá. Desde entonces forjaron una amistad que hoy recuerda con gratitud infinita.
Seis años después de regresar de Francia, Sergio cerró su ciclo laboral en la entidad. En ese momento regresó a la Universidad Nacional, pero esta vez para iniciar su carrera como docente de los departamentos de Química y Geociencias y, desde allí, dio clases de geoquímica para estudiantes de geología. Tan solo un par de años después de estar en la universidad, gracias a una comisión ad honorem entre esta y la CAR de Cundinamarca, fue nombrado director científico de la misma por un año.
Se jubiló de la universidad en 2014 y siguió asesorando a sus exalumnos con proyectos relacionados con procesos de meteorización que dan lugar a la descomposición de las rocas y la formación de suelos. Después de esta temporada le llegó otra aventura: esta vez se fue con Isolde, tan intrépida como él, a recorrer Sudamérica en carro. Durante siete meses descendieron por el continente hasta llegar al sur de la Patagonia.
Después de más de 20 años de haber dicho “hasta luego” al SGC, Sergio Gaviria regresó por invitación de Julio Fierro para asesorar en geoquímica a distintas investigaciones, como la del grupo de Paleoclima y Cambio Climático, además “de que desde las geociencias se puede contribuir a orientar en temas de ordenamiento del territorio alrededor del ciclo del agua. Esas fueron mis motivaciones para regresar”, dice.
Añade que en los últimos meses ha trabajado con la Dirección de Recursos Minerales para incorporar el componente suelo en los estudios geoquímicos del país e integrar este conocimiento a los proyectos de distintas áreas del SGC. También destaca los esfuerzos que se están realizando para continuar con el estudio del ciclo integral del agua en la región hídrica de Bogotá, un proyecto que está próximo a ejecutarse.
En medio de sus ocupaciones, Sergio no ha podido saldar una vieja deuda: escribir un libro. Su amor por la literatura, especialmente aquella producida por naturalistas y exploradores, ha estado siempre presente. También lo ha acompañado su afición por la escritura, y es más que lógico si se piensa en la cantidad de historias sobre las peripecias que ha vivido por cuenta de la montaña y la ciencia. El libro es su siguiente paso, y de seguro muchos estarán esperándolo con la misma ilusión con la que él mira por la ventana de un avión.
Algunas investigaciones de Sergio han girado alrededor de temas como: