Home
Aumentar fuente
Aumentar contraste
Lengua de señas
Empecemos esta historia por la mitad, es decir el momento en el que Milton Obando, estudiante de quinto semestre de química en la Universidad Nacional (Bogotá), consigue un pénsum de geología como un favor para una amiga, pero, por pura curiosidad, termina leyéndolo y transportándose a sus pasatiempos de infancia, entre ellos, el de recorrer caminos para recolectar “piedras” y luego investigar su origen, o el de dibujar en las paredes de su casa, con una concentración absoluta, los volcanes que había visto en una película basada en Hawái.
En ese momento elige el llamado de la intuición, la cual le indica que por el simple hecho de sentir emoción y expectativa cuando piensa en la geología, debe construir su futuro en esa carrera. Entonces, deja la química y nunca se arrepiente. “Fue la mejor decisión que tomé”, dice, “pude haber sido un buen químico, pero el haber sido estudiante de geología me permitió divertirme como nunca”.
Uno de los mejores momentos de su pregrado fue el tiempo de la elaboración de su tesis, trabajo que se le convirtió en una excusa para explorar un tema que no estuvo tan presente durante su formación: la vulcanología. “Desde niño había sentido conexión con los volcanes, así que hice, junto a un compañero, unos modelamientos asistidos por computador sobre las corrientes de densidad piroclástica del volcán Cerro Machín y sobre las posibilidades de que estas llegaran a Cajamarca (Tolima)”, cuenta.
Agrega que “fue una tesis meritoria y publicamos un artículo científico. Recuerdo que muchas personas que trabajaban para el SGC, como Héctor Cepeda y Gloria Patricia Cortés, me ayudaron mucho en ese momento”. Curiosamente, años después, el mismo volcán Machín no solo le permitió empezar a trabajar en vulcanología, sino también reconectarse con el SGC. Sin embargo, antes de llegar a esto, transitó un largo camino, en el cual tuvo experiencias laborales que parecían llevarlo lejos de donde se soñaba estar.
“Al graduarme, tuve dificultades para encontrar trabajo en geología, entonces fui profesor particular de matemáticas, trigonometría, física y química (así descubrió su gusto por la docencia y, a través de los años, ha sido profesor de distintas universidades). Paralelamente, empecé a ayudar a muchas personas a conseguir información para sus tesis de grado, e incluso llegué a acompañarlos en sus salidas de campo. Luego trabajé varios años para una empresa minera y, aunque agradezco la experiencia, siempre supe que no era lo que más me gustaba”, recuerda.
En 2014 entró al SGC a trabajar en proyectos relacionados con asuntos minerales (en la sede Bogotá) y, aunque no se quedó mucho tiempo, siempre tuvo la esperanza de volver. Lo hizo meses más tarde, cuando se integró a la sede del SGC en Medellín, gracias a Gabriel Rodríguez, para apoyar proyectos de cartografía en lugares como Santa Fe de Antioquia, Jericó y Medellín occidental. Finalmente, hace algunos meses empezó a trabajar con volcanes, específicamente a hacer cartografía volcánica en el Cerro Machín.
Esta experiencia, en la cual destaca el apoyo que ha recibido de María Luisa Monsalve, le ha servido para confirmar que, aunque los sueños se demoren en cumplirse, suceden. Y esa mentalidad, explica, no solo le ha servido para cosechar frutos profesionales, sino también para cultivar otras pasiones con su propio ritmo, como tocar violín irlandés (está en clases).
“Para mí uno de los problemas de la sociedad actual es que las personas no hacen cosas por sí mismas. Uno escucha muchos “yo quisiera, pero…”. Yo he descubierto que, pese a las dificultades, cada persona puede hacer lo que quiere a su propio ritmo. Tengo 49 años y no siento que esté viejo para aprender nada. Es importante entender eso para gozarse este transcurso que se llama vida”, dice, dejando su historia en puntos suspensivos...