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Lengua de señas
Desde finales de los 90, este físico santandereano, que tiene como pasatiempo tocar la guitarra, el tiple, el requinto y el cuatro, se ganó un lugar en la sala de control del reactor nuclear. La razón por la que llegó allí tiene que ver con una pregunta que lo ha acompañado, por instinto y por decisión, durante toda su vida: “¿cómo funcionan las cosas?”.
Jaime Sandoval cree que los misterios no son más que caminos para encontrar respuestas. Siempre ha querido saberlo todo, entender el origen de cada cosa que llama su atención. Cuando era niño, por ejemplo, se preguntó si podía volar. Para resolver la duda, saltó con un paraguas desde un muro de aproximadamente 2 metros, y se dio cuenta de que, aunque no podía alzar vuelo, el aire sí generaba resistencia en el paraguas y le daba la sensación de estar flotando un poco más de tiempo. Por eso, su siguiente pensamiento fue: “tal vez puedo lograrlo si utilizo la carpa de un camión”.
Ese recuerdo no es más que una pequeña muestra de cómo está configurada su mente. Siempre haciendo conexiones, buscando alternativas, hallando soluciones. Es un autodidacta en todo el sentido de la palabra: aprendió solo a tocar la guitarra, y el día en el que llegó a recibir la primera clase oficial en este instrumento, el profesor no podía creer que hubiera alcanzado un nivel avanzado con solo estudiar los apuntes que uno de sus exalumnos le había prestado.
Aunque se crió en un ambiente rural, en la finca que sus padres tenían en el municipio de Enciso (Santander), se mudó a Málaga (Santander) para hacer su bachillerato en el Instituto Técnico Industrial, en el cual aprendió mecánica, electricidad, electrónica y hasta ebanistería. Gracias a esa formación, al graduarse trabajó durante cuatro años instalando redes eléctricas en lugares lejanos al casco urbano de Málaga.
Mientras vivió esa etapa, siempre tuvo claro que su destino estaba lejos de allí, probablemente en un laboratorio, vestido con una bata blanca, haciendo experimentos. Por eso, cuando tenía 21 años, después de la muerte de su padre, Jaime se presentó al programa de Física en la Universidad Nacional, en Bogotá, y se convirtió en una de las pocas personas de su municipio en alcanzar este logro.
La mecánica clásica, la física cuántica, la física del sonido, la medicina nuclear y la radiactividad, fueron algunas de las líneas del conocimiento que conquistaron a Jaime durante sus años de estudiante en la U. Nacional. Aún así, estas no definieron por completo sus intereses, pues para lograr su sostenimiento como estudiante en Bogotá, tuvo que explorar otras aficiones. “Ponía anuncios como profesor de matemáticas, física, álgebra y cálculo, pero también de guitarra, tiple y requinto. Un día me llamaron para enseñar en una academia de música en la que terminé aprendiendo a tocar cuatro”.
Esa “vena artística” le ha permitido participar en distintos eventos y festivales culturales realizados en el SGC, un lugar en el que lleva aproximadamente 28 años de trabajo. Ese trasegar de casi tres décadas, el cual inició con la invitación que recibió de su asesor de tesis de presentarse a una convocatoria del entonces Instituto de Ciencias Nucleares, le ha permitido acomodarse en los recuerdos que muchas personas tienen alrededor del reactor nuclear, pues es en la sala de control de este, manejando su consola, es donde lo ubican la mayoría de su tiempo.
“Siempre me llamó la atención el tema de la producción de energía. Solamente con poner un material geológico con cierta geometría, y poner una fuente radioactiva al lado, tienes un reactor y puedes producir energía. Hay personas a las que les parece obvio, pero hay que mirar la física que hay detrás”, dice él. Con esas palabras comprueba que más allá de su curiosidad perpetua, esa que ha alimentado desde niño su búsqueda de respuestas y sus ganas de comprender el mundo, también lo caracteriza la capacidad de asombrarse con las posibilidades que la ciencia brinda a los seres humanos.
A él, particularmente, esas posibilidades nunca le han faltado. Gracias a ello, participó en el cambio de combustible nuclear del reactor en 1997, lo que implicó desbaratar y reconstruir esta instalación. También hizo parte del grupo técnico que dio los argumentos necesarios para continuar la operación del reactor luego de que el Gobierno decidiera cerrar el Instituto de Ciencias Nucleares (así la operación del reactor pasó a estar a cargo del entonces Ingeominas, en 1998); estudió Seguridad Nuclear en la Universidad de Buenos Aires; y participó en distintos procesos de actualización tecnológica del reactor.
Hacer el repaso por su trayectoria le da la certeza de que aún son muchas las cosas que quiere ver como parte del equipo que opera el reactor nuclear. “Me gustaría, por ejemplo, tener un reactor de mayor potencia al que tenemos actualmente. De esa manera podríamos explorar muchas aplicaciones para el beneficio del país en distintos campos, como el de la medicina”, dice, mientras deja la sensación de que la vida no será lo suficientemente larga para contestar todas sus preguntas.