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Lengua de señas
Esta química, quien hizo parte del SGC por más de 30 años y coordinó por dos décadas la línea de investigación en geotermia en la entidad, supo sortear las dificultades que experimentó en su propio cuerpo para dedicarse a la investigación de fluidos volcánicos e hidrotermales. Aquí nos da una lección de determinación.
Por muy poco, Claudia Alfaro termina siendo periodista y dedicando su vida a la escritura, pero, por suerte, después del segundo semestre de esa carrera, decidió seguir el instinto y elegir el camino que verdaderamente le apasionaba: la ciencia, específicamente la química, que se parecía más a esa esencia suya tan marcada por la curiosidad, la rigurosidad y las ganas de entender cómo funcionaba el mundo.
Desde los experimentos sencillos de reacciones químicas en el laboratorio del bachillerato, Claudia había quedado con la semilla de esa disciplina, “por eso tomé la decisión de cambiar de carrera. Cuando le conté a mi papá, recibí todo su apoyo. Eso fue muy importante porque él murió pocos días después de esa conversación y yo quise honrar lo que hablamos”, recuerda, y añade que a partir de ello se presentó y pasó al programa de Química de la Universidad Nacional.
Desde el principio se sintió en el lugar correcto, aunque nunca le fue sencillo rendir. La razón es que desde el último año en el colegio empezó a tener episodios de asma que empeoraron con la interacción permanente con solventes, gases y humos producidos en los laboratorios de la universidad.
Rápidamente recibió una oferta laboral en una planta de producción de pesticidas, pero justo antes de aceptar le llegó otra oportunidad que no dudó en tomar: trabajar en el laboratorio del Ingeominas, hoy Servicio Geológico Colombiano, en la sede de Cali. Su labor era implementar técnicas clásicas para el análisis de muestras de roca recolectadas en las salidas de campo por los geólogos, y de muestras de aguas y fertilizantes que suministraban los usuarios externos que requerían los servicios del laboratorio.
En retrospectiva, confiesa, era una labor rutinaria. Sin embargo, en 1989, casi un año después de haber entrado a la entidad, se vio embarcada en una aventura que solo se acabó en 2022, cuando se retiró del SGC. Esta aventura fue empezar a hacer muestreos de gases en volcanes por invitación de un compañero suyo que trabajaba con los Observatorios Vulcanológicos y Sismológicos del SGC.
Por su cabeza no pasó la idea de decir que no ante la propuesta de “medírsele” a trabajar en volcanes, pero sí era consciente de que el esfuerzo físico tendría efectos en sus pulmones. Lo comprobó en su primera salida de campo a los volcanes Puracé y Galeras. “La angustia y el llanto provocados por una respiración difícil estaban debajo de mi pasamontañas, pero en mis ojos y en mi corazón estaba todo el disfrute. Yo nunca había ido a un volcán en mi vida y pensé: ¡qué belleza! Llegar al borde del cráter del Puracé fue uno de los momentos más hermosos de mi vida”, recuerda conmovida.
A partir de esa experiencia se enamoró de los procesos químicos de estas estructuras geológicas. Por ello, a su regreso al laboratorio de Cali inició la implementación de metodologías de análisis distintas a las que usaba normalmente. Lo que pretendía era aportar al entendimiento de los fluidos de los sistemas magmático e hidrotermal (gases y aguas), dos objetos de investigación que se hicieron prioritarios durante el resto de su vida profesional.
“Yo admiraba mucho a una eminencia que se llama Werner Giggenbach, un geoquímico alemán que trabajó en el Instituto de Geología y Ciencias Nucleares de Nueva Zelanda (IGNS, por su sigla en inglés), muy conocido en Colombia por su aporte al conocimiento del sistema magmático e hidrotermal del volcán Nevado del Ruiz”, dice, y añade que siguiendo la información de las publicaciones del experto empezó a guiarse para hacer los primeros muestreos de gases y, posteriormente, para aplicar las técnicas de laboratorio.
Al recordar esto, se ríe cuando detalla que los primeros muestreos realizados utilizaban una jarra con una solución altamente alcalina y una “ponchera de esas de echar la ropa a remojar” con perforaciones por todos lados. En esta última se arremolinaba el viento para atrapar los gases ácidos en la solución de la jarra.
A partir de esta experiencia vino una propuesta más: montar el laboratorio para el análisis de este tipo de muestras en el Observatorio Vulcanológico y Sismológico de Manizales, donde estuvo entre 1990 y 1998. Luego del primer año allí tuvo la oportunidad de viajar a Inglaterra para hacer un curso en análisis instrumental para química ambiental y, a su regreso, en 1992, continuó con la implementación de las técnicas analíticas y su aplicación a muestras recolectadas en los volcanes del Parque Nacional Natural los Nevados, Puracé y Galeras.
Durante este período tuvo la fortuna de comunicarse con Giggenbach, vía fax, para hacerle consultas sobre la interpretación de los resultados. “Lo que hacía era un trabajo muy solitario. Mis colegas en las otras sedes del SGC, se dedicaban a cosas muy diferentes a las que yo hacía, entonces no tenía con quién discutir las técnicas analíticas ni los resultados. El haber consolidado ese laboratorio fue uno de mis mayores logros en el SGC”.
Para 1996, Claudia se ganó una beca para estudiar una especialización en Geotermia en Nueva Zelanda y, al término del programa, realizó un entrenamiento en gases volcánicos en el Observatorio de Taupo del IGNS. Fue durante este tiempo, precisamente, donde cumplió uno de sus sueños: conocer a Giggenbach, con quien pudo conversar por horas sobre la química de los sistemas volcánicos.
De los volcanes a la geotermia
“Antes de irme para la especialización estaba teniendo muchos problemas con mi asma por la humedad de Manizales, y en Nueva Zelanda tuve acceso a un tratamiento muy adecuado que me ayudó a mejorar. Esto me impulsó a tomar la decisión de solicitar el traslado de Manizales a Bogotá”, afirma Claudia, y añade que fue el momento perfecto, pues justo para su regreso la investigación geotérmica del país pasó a ser una responsabilidad del Servicio Geológico Colombiano desde Bogotá.
“Hicimos un primer acercamiento al conocimiento del sistema hidrotermal de Paipa y un primer borrador del mapa geotérmico de Colombia con datos que tomamos de Ecopetrol. Hubo un momento en el que la línea de investigación perdió la fuerza porque la geotermia, como una fuente de generación de energía eléctrica, no era considerada viable”. Dando nuevas muestras de su persistencia, Claudia siguió “vendiendo” la idea de continuar con la actividad de exploración del recurso geotérmico, algo que logró resaltando las posibilidades de su aprovechamiento para usos directos como balneología, termalismo, calefacción e invernaderos.
Más adelante, para 2013, se oficializó el grupo bajo su coordinación, con la cual logró integrar a profesionales con distintas miradas sobre la geotermia (desde la geofísica, la geoquímica y la geología). “La conformación de este grupo es uno de mis mayores logros y motivo de orgullo, porque en trabajo conjunto pudimos definir una metodología para obtener modelos conceptuales de áreas geotérmicas. Estos fueron aplicados en los estudios de los sistemas geotérmicos de Paipa y del volcán Azufral, pero también dejamos adelantos en el Ruiz, el Machín, Santa Rosa…”, reconoce con satisfacción, como si al fin hubiera logrado respirar profundo desde la cima de un volcán.