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Lengua de señas
Marie Jöelle Giraud encontró en la ilustración científica la forma perfecta de compartir su conocimiento y proteger los fósiles que tanto ama. Cortesía: Marie Jöelle Giraud
En medio de la cadena montañosa que rodea la provincia de Sugamuxi, en Boyacá, una niña comparte sus zanahorias boca a boca con Apolo, el becerro que hay en la finca familiar de Tópaga. A cambio, este le hace espacio para que tome un poco de la leche que sale de las ubres de su madre. Desde que tiene un año y medio, la niña observa con detenimiento caracoles, arañas e insectos, caza truchas, se mete a la cueva de los murciélagos, y arrea vacas y ovejas junto a sus hermanas, disfrutando de la sensación térmica y del color del cielo al amanecer.
La hija de Dora Inés López y Claude Giraud Perrot heredó de su madre el amor por las flores, y de su padre el espíritu aventurero que la lleva a perderse entre ríos y bosques primarios para sentarse, simplemente, a mirar. “Siempre fui muy hiperactiva y mi forma de calmarme era observando la naturaleza”, reconocería años después. En el campo no existe el miedo; ella es un animal más. Lo que no sabe es que esas expediciones infantiles serán materia prima e inspiración para traducir todo aquello que ven sus ojos en trazos, imágenes y color.
Aunque trabaja con ilustración análoga y digital, su especialidad son los lápices de colores y la acuarela. Cortesía: Marie Jöelle Giraud
Marie Jöelle Giraud quiso ser exploradora, veterinaria de fauna salvaje o periodista de guerra. Desde que leyó Las criaturas acuáticas, de Charles Kingsley, se enamoró de los libros y encontró en ellos la forma de expandir los viajes que iniciaba en la naturaleza. Después vinieron Nietzsche, Kafka y las jornadas interminables en la biblioteca cuando salió del colegio.
En esos anaqueles descubrió el arte y confirmó que lo que realmente le apasionaba era la paleontología. “Siempre me gustaron los animales prehistóricos, pero esa especialidad no existía aquí en el país. Resulta que en Sogamoso había Ingeniería Geológica y, cuando leí el pénsum, en sexto semestre había paleontología, entonces entré y en todos los semestres asistí a esa materia, hasta que pude verla. La tuve muy clara, amaba mucho mi carrera”, recuerda.
En una de las tantas veces que cursó paleontología en la universidad, visitó Floresta, un municipio de Boyacá que la cautivó para siempre. Sus yacimientos alimentaron la curiosidad de Marie Jöelle y la conectaron de manera innegable con ese lugar; tanto así, que empezó a ir por su cuenta en jornadas de ocho y nueve horas para mirar los fósiles y entender lo que había sucedido en el pasado de esas rocas.
Allí, en 2004, conoció a Luis Becerra, un líder local que se convertiría en maestro, amigo y cómplice de proyectos futuros; pero también se percató del desconocimiento que tenía la comunidad con respecto a su propio territorio. “A mí me parecía muy injusto que las personas que vivían en yacimientos paleontológicos locales no supieran lo que hay ahí (...) Me di cuenta de que había una brecha absoluta, porque yo estaba siendo privilegiada con una carrera de Geología, iba allá porque me parecía bellísimo, y decía: ¿ellos por qué no saben y yo sí? Me puse a pensar: el lenguaje nos separa, pero las imágenes no”.
Así nació MUGAI (Museo Geológico de Arte Infantil), una estrategia que construyó después de graduarse para enseñar paleontología a los niños de Floresta por medio de dibujos y recursos gráficos. Sin ninguna pretensión económica, diseñó y lideró este proyecto, yendo con su pequeño hijo, Camile Claude Giraud, y un par de años después esta idea le abriría las puertas del Servicio Geológico Colombiano, entonces INGEOMINAS, gracias a los geólogos Alberto Nuñez y Héctor Cepeda.
“Yo entré, inicialmente, a diseñar material didáctico para niños. Luego me encargaba de hacer la parte de museografía. Éramos cuatro personas en ese momento, entonces yo atendía poco a poco lo que era patrimonio paleontológico, e iba a algunos territorios, encargándome de ser el enlace con las comunidades. Estuve en algunas excavaciones y también hice el registro de rocas y minerales del Museo. Trabajaba en hacer la apertura de los contactos entre la entidad y la comunidad para generar confianza, además de ser guía. Me llamaron por seis meses y duré diez años”, recuerda.
Marie Jöelle pintando la reconstrucción del Gliptodonte del Diorama del Pleistoceno. Cortesía: Marie Jöelle Giraud
Del martillo a los lápices de colores
Si alguien influyó en que Marie Jöelle descubriera que la ilustración científica podía ser un trabajo, fue el doctor Fernando Etayo, paleontólogo y geólogo colombiano. “Me vio dibujando un día, entonces me llevó una roca con un fósil y me pidió que se la dibujara. Lo hice y me dijo: ‘Acompáñeme donde su jefe’, que en ese entonces era José Arenas. Me llevó a su oficina y le dijo: ‘Ella es mi nueva ilustradora científica’”.
Desde ese momento empezó un camino intenso de aprendizaje y trabajo ininterrumpido. El talento estaba, pero la técnica había que perfeccionarla. Los papeles reciclados de la impresión de los mapas se convirtieron en soportes más especializados, y el único lápiz que la acompañaba le dio paso a toda una variedad de herramientas análogas y digitales. Empezó a estudiar con los mejores, a profesionalizarse, a descubrir expresiones y materiales, y a practicar sin pausa para poder ilustrar el pasado.
“La cuestión con los fósiles es que son fragmentos de rocas. Los animales prehistóricos a veces son solo un diente, una huella o un hueso, y están en las montañas. Yo quiero conservarlos, los amo profundamente; son historias de vida que están en las rocas. La única forma de protegerlos de su vulnerabilidad, en mi caso particular, es dibujarlos y traerlos a la vida”, explica Marie Jöelle con respecto a su trabajo.
Como buena científica, prioriza el rigor y la precisión en sus ilustraciones; de ahí que cada proceso creativo comience con una investigación exhaustiva que es, según ella, el 30 % del resultado. “¿Qué investigo? Anatomía, fósiles, todas las publicaciones existentes sobre el tema, colecciones, hallazgos, correlaciones con otros organismos, a quiénes se parecían, si ya hay representaciones gráficas de otros paleoartistas, dioramas o fósiles que estén en el museo”.
Después, elige la técnica, que puede ser análoga o digital, según el tiempo que tenga. Y a partir de ahí empieza el reto de convertir la ciencia en imágenes, es decir, una conversación permanente —a veces en tiempo real— entre su destreza y el conocimiento de los expertos que quitan y ponen detalles para lograr la mayor coherencia científica en la pieza final. Un proceso que puede tardar 5, 25 o hasta 60 horas, dependiendo de la dificultad.
Cephalon de Trilobite del Devónico Medio de Floresta. Técnica: lápices de colores. Cortesía: Marie Jöelle Giraud
En resumen, sus manos terminan siendo el puente entre dos mundos aparentemente opuestos: “La gente está en las montañas. El científico está en sus oficinas y, ocasionalmente, en campo. Mi trabajo es hacer que los dos se emocionen y amen el patrimonio paleontológico; que este (el científico) lo cuide, traduciendo el lenguaje a la parte divulgativa más sencilla; y los demás lo protejan porque forma parte de su territorio”, concluye.
Además de su trabajo como ilustradora científica del Museo Geológico Nacional - José Royo y Gómez, Marie Jöelle apoya algunas estrategias pedagógicas y sus creaciones han acompañado los estudios del grupo de investigación Evolución y Ecología de Fauna Neotropical, de la Universidad Nacional; y publicaciones destacadas como como Geology of Colombia, de Jorge Gómez; The Amazon is Burning, del norteamericano Thomas Deffler; y el libro sobre historia natural de la fundación antioqueña Secretos para contar, en el que ilustró el capítulo de rocas, minerales y fósiles, y el de hongos. Además, ha colaborado con la exposición académica del Museo Universitario de Ingeniería Geológica de la UPTC, y como docente en diplomados de Ilustración científica, entre otros
Arte, ciencia y propósito
Marie Jöelle Giraud tiene claro que no dejará de estudiar, de compartir lo que sabe y lo que ama con los demás, y de visitar cada tanto los yacimientos de Floresta que le dieron forma a su vocación. Cuando no está ilustrando, lee, charla con sus colegas, camina, conversa con su hijo y, por supuesto, sueña con más ilustraciones que pueda dejar a la comunidad. “El lenguaje que encontré fue la imagen, y aprender me ha permitido enseñar. Lo lindo de esto es que la gente me ha recibido, que estoy en procesos que nacen y cuando ya llegan a un punto, me retiro simplemente porque arrancan solos. Esas son mis satisfacciones. Soy una persona muy feliz, hago lo que amo y me pagan por eso”.
Trilobite Phacops sp. del Devónico de Floresta, Boyacá. Técnica: Photoshop. Cortesía: Marie Jöelle Giraud
Esa niña para la que las montañas son su hogar; la que entiende más a los animales que a los humanos; y a la que siempre le han fascinado los colores y las relaciones entre los organismos vivos con la naturaleza, encontró su vía de expresión trayendo al presente el pasado que protegen las rocas y construyendo, trazo a trazo, un lienzo infinito.
Tortuga Morrocoy para el Libro The Amazon is burning, del primatólogo Thomas Deffler. Técnica: lápices de colores y Photoshop. Cortesía: Marie Jöelle Giraud